Mucho se habla de cambio en un tiempo en el que tan poco lo vemos. La amenaza del cambio climático,  la necesidad de cambio,  el cambio de hábitos… Concepto abstracto y subjetivo que de primeras espanta. Todo cambio por naturaleza humana fatiga y nuestra propia comodidad hace que huyamos a otro lado.  Salir de la zona de confort, de aquello que conocemos y dominamos, pareciera solo para valientes, personas atrevidas o incluso contra corriente, pocas veces aceptadas por la sociedad que nos avala, protege y tanto necesitamos. Curioso es el tiempo en el vivimos donde existen voces que lo proclaman, como necesidad imperiosa para construir un futuro diferente al que nos llevan nuestros propios hábitos destructivos, y donde por otro, el propio sistema te induce a mantener y repetir estos mismos hábitos adquiridos como única vía para que funcione. “¡No compres plástico!” cuando tenemos todo el super llenito de envoltorios plásticos. 

Ante esta paradoja, ahora más que nunca, necesitamos cultivar un pensamiento crítico, ese que nos permite escuchar distintas voces, reflexionar sobre nuestros actos y tomar decisiones coherentes a nuestro parecer y no al del resto como si parte de un rebaño fuéramos. Escuchar a la ciencia, madre del pensamiento crítico, puede ser una ayuda en este camino. Oigamos qué nos dice en estos últimos años y más aún, seamos parte activa de ella, conociendo y  experimentando de primera mano su metodología a través de la ciencia ciudadana.

Desde MATER hace ya mucho que fuimos conscientes de su gran valor como herramienta para hacer entender nuestro entorno de una forma práctica y divertida a la par de válida para la obtención de datos que tan necesarios son para los centros de investigación científica. La ciencia ciudadana permite a través de protocolos y formaciones  sencillas,  que la ciudadanía recoja esas observaciones de sus entornos conocidos, esos donde la propia ciudadanía es la sabía, la propia del lugar, la que más puede aportar por su conocimiento de experiencia de vida.  Y con todo ello, a lo largo del tiempo se podrán ver y corroborar los cambios que ocurren en nuestro entorno… Nuestros arrantzales han observado que el verdel ya no viene tan pronto a nuestras aguas, cómo cada año van pescando menos “¿Cuándo se ha visto el verdel en nuestras aguas en mayo y sin comer…?” proclaman con asombro.  La vecina de Ategorrieta que ha crecido viendo a petirrojos en el parque ya no los ve revoloteando entre las ramas de los árboles. ”¡Ya no vienen a nuestro barrio!”

Quizá, en vez de solamente mirar por encima, debamos observar más, ser más pacientes, volver a conectarnos con la naturaleza para ser conscientes de estos cambios, con ritmos más propios de nuestra especie, y que como ya sabemos gracias a la neurociencia, nos aportan bienestar cuando estamos en contacto con lo natural, segregando serotonina, la hormona de la felicidad.

La creatividad, otra aliada indispensable en estos tiempos, escondida en todo ser humano, herramienta valiosísima y muy trabajada ahora con distintas dinámicas en el sector laboral por su gran potencial, se forja también mediante la exposición a diferentes hechos, opiniones, situaciones… en definitiva, CAMBIOS.  Quizá  el cambio no sea pues el ogro que nos imaginamos y sí el salvoconducto hacia otras realidades, transformándonos, aprendiendo  a adaptarnos, a avanzar a otros futuros deseados, a enriquecernos verdaderamente como personas. 

Quizá sea tiempo de valientes

Izaskun Suberbiola