La crisis ambiental del planeta es uno de los mayores retos a los que la humanidad se enfrenta. El sistema capitalista y nuestros hábitos de consumo nos han llevado a explotar los recursos del planeta de una manera exacerbada. A un ritmo que los ecosistemas no pueden aguantar.
En consecuencia, nos encontramos hoy en día con el calentamiento global más rápido que hemos conocido, debido a las emisiones de gases de efecto invernadero emitidos desde finales del siglo XIX en los últimos 150 años; una invasión de basura debida a la pésima gestión de los residuos que generamos y una contaminación del aire y del agua que pone en riesgo nuestra salud y la de los ecosistemas que nos rodean.
La comunidad científica ha dado el segundo aviso a la humanidad. Una advertencia de que si no cambiamos, la catástrofe será inminente. La información es clara y está en manos de muchas personas, existen campañas de concienciación y asociaciones e iniciativas que llevan tiempo trabajando por cambiar nuestro estilo de vida hacia uno más sostenible.
Sin embargo, por mucha información que tengamos disponible y por muchos mensajes que hayamos recibido, no hemos cambiado nada. La emisión de GEI ha aumentado en los últimos años, la producción de plásticos es mayor cada vez, y, en general, el comportamiento de las personas parece que no tiende a cambiar mucho al respecto.
¿Qué es entonces lo que nos impide cambiar, y qué es lo que nos mantiene en el mismo lugar a pesar de que sepamos el daño que estamos causando?
En el trabajo de prevención hace tiempo que se sabe que si queremos transformar no es suficiente con brindar información. Hay algo que se interpone entre la información y la conducta.
Es precisamente ahí, donde entra la psicología. Concretamente la psicología ambiental, que es la rama de la psicología que se encarga de estudiar el comportamiento humano relacionado con su entorno. Desde esta disciplina han estudiado el porqué del fenómeno de esta inacción ante la información y los datos que tenemos respecto al calentamiento global y demás problemas ambientales.
Gifford (2011), estudió las principales barreras que nos impiden adoptar nuevas conductas proambientales, y destacó que existen 7 tipos de barreras, a las que denominó Dragones de la Inacción, que impiden que adoptemos nuevas conductas:
- Limitaciones cognitivas: nuestro cerebro no es capaz de gestionar bien la información debido a sus características. Consecuencias a largo plazo, números muy grandes, etc, dificultan la comprensión.
- Creencias: nuestro sistema de creencias puede que nos haga pensar que todo forma parte de un plan divino, o que la solución será el avance tecnológico.
- Comparación con los demás: la conducta (o la no conducta) de otras personas influye en nuestra conducta.
- Costes invertidos: si adoptar una nueva conducta va a suponer deshacer un trabajo hecho previamente para mantener la conducta anterior, o nos va a costar más (dinero, recursos…) que no adoptarla, no la adoptaremos.
- Desconfianza y negación: podemos desconfiar de las fuentes de información, negar el problema porque no se ajusta a nuestro sistema de creencias…
- Riesgos percibidos: si una nueva conducta puede suponer un riesgo para nuestra salud, nuestra integridad… no la adoptaremos
- Limitaciones conductuales: al no poder adoptar todas las conductas a la vez, es posible que nos conformemos con adoptar sólo una y con ella justificar que ya estamos haciendo algo.
Cada barrera mencionada se divide en diferentes subtipos que acaban sumando 29 barreras en total. 29 razones por las que o no adoptamos conductas proambientales o, por lo menos, no las suficientes o las más efectivas.
Se trata de una lucha difícil, dado que nos enfrentamos a nuestro propio ser, a la misma naturaleza humana, pero, todas las entidades y personas que trabajamos en este ámbito tenemos que incorporar y aprender estrategias para poder conocer bien y así vencer estas barreras, para poder domar a estos dragones, haciendo que las conductas proambientales sean más cómodas, más fáciles de adoptar o más atractivas que las que no lo son, entre otras cosas. Ahí reside nuestro verdadero reto.
De todas maneras, no sólo podemos responsabilizarnos las entidades, cada persona nos tenemos que responsabilizar de nuestras conductas y sus consecuencias. Estamos en un momento en el que no basta con un “yo ya reciclo” y pretender que todo irá a mejor.
Estamos en el momento de reflexionar, revisar nuestros hábitos e ir identificando aquellas cosas que podemos ir cambiando. Establecer pequeños objetivos alcanzables e ir cumpliéndolos poco a poco.
Estamos en un momento en el que toca hacer autocrítica, encontrar nuestros dragones y empezar a pensar en cómo domarlos.
Cambiando el rumbo de nuestras vidas cambiaremos el rumbo del planeta.
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